Pancho no hallaba qué hacer. El señor Servando lo había tratado como un hijo desde que llegó a trabajar para él, hace 40 años. Ahora se había vuelto loco y estaba solo. No podía dejarlo abandonado, con lo generoso que había sido siempre. Pero la experiencia de ayer fue traumática para Pancho.

- Que el señor pensara que aquellos cocoteros eran gigantes burlones y decidiera enfrentarlos para hacerse respetar, me dice que la señora Dilcia tiene razón- pensaba el fiel empleado de la hacienda de don Servando.

- Pasarse el día leyendo el Don Quijote hizo que se le secara el cerebro y ahora cree ser el personaje de esa novela. Ahora, en vez de Pancho, me llama Sancho y todo el tiempo anda inventado alguna locura- se lamentaba.

Pero sabía que no podría detenerlo y además le daba lástima truncarle sus deseos de aventura, porque se veía a la legua que eso lo hacía feliz. Aunque era peligroso. Arremetiendo contra los cocoteros, le cayeron dos cocos en la cabeza, que si no es por el casco de motorizado que carga, lo hubiera matado en seco. Pero su cara de felicidad, al sentir que los gigantes dejaron de bailar y que se habían rendido ante él, era suficiente para que Pancho pensara que valía la pena dejarlo ser.

- ¡Sancho, prepara los caballos!- gritó el viejo desde su habitación.

Pancho le recordó que lo que tenían eran dos mulas viejas, seguramente cansadas por la batalla del día anterior. Pero don Servando se levantó enfurecido gritando -¡¿Es que acaso nos han robado los corceles?!

Para evitar males mayores, Pancho dijo que no y que iba a ensillarlos.

Salieron, rumbo al norte, pues don Servando, o quizá debiera decir don Quijote, soñó que Dulcinea fue capturada por unos rufianes que pretendían deshonrarla.

El salitre en la piel indicaba que ya estaban cerca de la playa, pero casi no se escuchaban las olas, pues los equipos de sonido de los temporadistas, sonaba mucho más fuerte.

Pancho empezó a canturrear la canción “en el mar la vida es más sabrosa”, pero don Quijote le habló con voz profunda y dramática: -¡Calla Sancho, creo que hemos llegado tarde! ¡Haz silencio y sígueme de cerca!

Al fiel escudero se le erizó la piel, porque sabía que ya se iban a meter en líos.

Don Servando cargaba la garrocha de salto de uno de sus hijos, que era atleta y que al marcharse a la universidad, la dejó en casa. Con eso en la mano parecía un caballero, tal como los que adornaban el libro gordo que don Servando tenía al lado de su cama y que leía día y noche.

Pero cuando Pancho, o quizá debería decir Sancho, vio que la empuñó como una lanza, al tiempo que castigaba a la mula con los talones, pensó que debía detenerlo. Pero la mula, para su sorpresa, salió con la velocidad del rayo, dirigiéndose hacia uno de los carros, mientras don Quijote gritaba -¡Que no son rufianes, es el mismo Satanás! ¡Escuchad esa voz infernal!

A Pancho no le gustaba el reguetón que ponían en esos vehículos, pero esto le pareció exagerado.

Tres equipos de sonido murieron bajo la lanza redentora del Quijote, sin que Sancho pudiera detenerlo. Algunos bañistas empezaron a aplaudir y a lanzar vitores, mientras los dueños de los carros marcaban desesperadamente el número de la policía en sus celulares. Algunos más violentos trataron de írsele encima, pero la multitud les dificultó la tarea.

Así lograron alejarse victoriosos, mientras Sancho pensaba: -¡Un día de estos vamos a estar en problemas de verdad!

Pancho couldn't figure out what to do. Mr. Servando had treated him like a son since he came to work for him 40 years ago. Now he had gone crazy and was alone. He could not leave him abandoned, as generous as he had always been. But yesterday's experience was traumatic for Pancho.

- That the gentleman thought those coconut trees were mocking giants and decided to confront them to make himself respected, tells me that Mrs. Dilcia is right," thought the faithful employee of Don Servando's hacienda.

- Spending the day reading Don Quixote made his brain dry and now he thinks he is the character of that novel. Now, instead of Pancho, he calls me Sancho and all the time he's inventing something crazy," he lamented.

But he knew he couldn't stop him and he felt sorry for truncating his desire for adventure, because it was obvious that it made him happy. It was dangerous, though. Throwing against the coconut trees, two coconuts fell on his head, which, if it wasn't for the motorized helmet he was wearing, would have killed him in his tracks. But his happy face, when he felt that the giants had stopped dancing and had surrendered to him, was enough for Pancho to think it was worthwhile to let him be.

- Sancho, get the horses ready," shouted the old man from his room.

Pancho reminded him that what they had were two old mules, surely tired from the previous day's battle. But Don Servando got up in a rage, shouting, "Have they stolen our steeds!

To avoid greater evils, Pancho said no and that he was going to saddle them.

They left, heading north, because Don Servando, or perhaps I should say Don Quixote, dreamed that Dulcinea was captured by some ruffians who wanted to dishonor her.

The saltpeter on the skin indicated that they were already close to the beach, but they could hardly hear the waves, because the sound equipment of the seasonal visitors, sounded much louder.

Pancho began to hum the song "in the sea life is tastier", but Don Quixote spoke to him with deep and dramatic voice: -Silence Sancho, I believe that we have arrived late! Make silence and follow me closely!

The faithful squire's skin crawled, for he knew they were about to get into trouble.

Don Servando was carrying the vaulting pole of one of his sons, who was an athlete and left it at home when he left for college. With that in his hand he looked like a knight, just like the ones that adorned the fat book that Don Servando had next to his bed and that he read day and night.

But when Pancho, or perhaps I should say Sancho, saw that he wielded it like a lance, at the same time punishing the mule with his heels, he thought he must stop him. But the mule, to his surprise, took off with lightning speed, heading for one of the cars, while Don Quixote shouted, "They are not ruffians, it is Satan himself, listen to that infernal voice!

Pancho did not like the reggaeton they played in those vehicles, but this seemed exaggerated.

Three sound systems died under Quixote's redemptive spear, without Sancho being able to stop him. Some bathers began to applaud and cheer, while the owners of the cars desperately dialed the number of the police on their cell phones. Some of the more violent ones tried to get on top of him, but the crowd made it difficult for them.

They managed to walk away victorious, while Sancho thought: "One of these days we're going to be in real trouble!

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