theinkwell writing prize | Knocking on the door / Llamando a la puerta
Knocking on the door
Mario daily tried to bother the old woman whose name he did not know, he rang the bell and ran, then he went to Don Fermín's house and did the same, then to the house of María the catechist and did the same.
The first to catch him was the catechist, she took him by the ear and took him to his mother to give him a reprimand.
Mario stopped his habit for a while, but again he started doing this and other antics.
Don Fermín caught him just as he fled because he was arriving at that time, he spoke with his mother and she gave him a reprimand and Mario promised not to do it again.
A few months passed, the summer vacation had arrived, Mario no longer bothered the catechist or Don Fermín, but from time to time he still knocked on the door of the old woman, who never went out, over time Mario stopped doing it.
One day the boy was outside the old woman's house sitting on the sidewalk, he turned to see the doorbell and then he turned to all sides, he crouched over to ring the bell, but when he was about to do it, he heard a high-pitched laugh, he leaned out the window and saw the old woman's face glued to the glass. He took a step back and fell on his back in shock.
He woke up in the living room of the old woman's house with a bitter taste in his mouth and his vision blurred. Little by little he could see clearly again, the floor was made of wood, it already looked a bit worn and was missing paint in some parts, but in others retained the original shine, the furniture looked old and expensive as if it had been taken from a museum, that room would be at least fifty years old, the curtains were thick like rugs, they did not let the light through, they had elephants that seemed to be painted by hand in colors of vermilion, ocher and dry green, with golden threads around the edges. There was a corner next to the room that had an old black and white telephone and several groups of elephants, each group formed by three and linked with gold chains, on one side was a small stool and on top of it an album with pictures of elephants, they looked very old, even one of them that looked covered in mold had already stuck to another.
Again his vision blurred, he felt very tired and thirsty, he got up staggering and went to the door, but when he tried to open it he felt that he did not have enough strength to turn the knob, he sat heavily in a chair that was to one side from the door, again the old woman's laughter woke him up, he turned around looking for her, but he didn't see her anywhere. On the ledge next to the door he found the figurines of some children, it seemed to him that the one on the right looked somewhat like him, then he looked at the others, they were five figurines, two boys and three girls, suddenly The images of some lost children that he had seen on television came to his mind, panic seized him, the cold he felt did not let him move while at the end of the corridor the old woman was seen approaching him little by little. He made an enormous effort to try to move, but his feet just didn't respond. By the time he could get his hands out of his pockets the old woman was already in front of him.
-How do you feel little one- said the old woman
He could not answer from the fear he felt. The old woman handed her a glass of milk and some freshly baked cookies, stroked her hair, and sat next to her. The boy looked at the old woman still nervous took one of the cookies and ate it. As soon as he tasted the cookies, he recognized that he was hungry, he drank some milk without taking his eyes off the old woman.
-Sorry for ringing your doorbell-
-It doesn't matter little one, no one has visited me for a long time, I only ask that if you knock on my door, at least come and greet me-
From then on, Mario often visited the old woman, pruned her lawn and trees, watered the plants and helped her move the pots, she served him cookies with milk and talked to her about her fascination with elephants.
Llamando a la puerta
Mario a diario molestaba a la anciana cuyo nombre desconocía, tocaba el timbre y salía corriendo, luego se iba a la casa de Don Fermín y hacía lo mismo, luego a la casa de María la catequista y hacía lo mismo.
La primera en atraparlo fue la catequista, lo tomó por una oreja y lo llevó con su madre para que le diera una reprimenda.
Mario dejó su costumbre por un tiempo, pero nuevamente empezó a hacer esa y otras travesuras.
Don Fermín lo atrapó justo al emprender la huida pues iba llegando en esos momentos, habló con su madre y ella le dio una reprimenda y Mario prometió no volver a hacerlo.
Pasaron unos meses, las vacaciones de verano habían llegado, Mario ya no molestaba ni a la catequista ni a Don Fermín, pero de cuando en cuando todavía tocaba a la puerta de la anciana, quien nunca salía, con el tiempo Mario dejó de hacerlo.
Un día el niño se encontraba fuera de la casa de la anciana sentado sobre la banqueta, volteo a ver el timbre de la puerta y luego volteó hacia todos lados, se acercó agachado para tocar el timbre, pero cuando estaba a punto de hacerlo, oyó una aguda carcajada, se asomó por la ventana y vio el rostro de la anciana pegado al vidrio. Dio un paso atras y del susto cayo de espaldas.
Se despertó en la sala de la casa de la anciana con un sabor amargo en la boca y la vista borrosa. Poco a poco pudo ver claramente de nuevo, el piso era de madera, ya se veía un poco gastado y le faltaba pintura en algunas partes, pero en otras conservaba el brillo original, los muebles se veían antiguos y costosos como si hubieran sido sacados de un museo, esa sala tendría por lo menos cincuenta años, las cortinas eran gruesas como tapetes, no dejaban pasar la luz, tenían unos elefantes que parecían pintados a mano en colores bermellón, ocre y verde seco, con hilos dorados en los contornos. Había un esquinero junto a la sala que tenía un teléfono antiguo en negro y blanco y varios grupos de elefantes, cada grupo formado por tres y unidos con cadenitas color oro, a un lado había un pequeño taburete y sobre el un álbum con fotos de elefantes que parecían muy viejas, incluso una de ellas que se veía cubierta de moho ya se había pegado con otra.
Nuevamente se le nubló la vista, se sentía muy cansado y sediento, se levanto tambaleándose y se dirigió a la puerta, pero al intentar abrirla sintió que no tenía fuerza suficiente para girar la perilla, se sentó pesadamente en una silla que estaba a un lado de la puerta, de nuevo la risa de la anciana lo despertó, volteó hacia todos lados buscándole, pero no la vio por ningún lado. Sobre la repisa a un lado de la puerta encontró las figuritas de unos niños, le pareció que el de la derecha se parecía en cierto modo a él, luego observó las demás, se trataban de cinco figuritas, dos niños y tres niñas, de pronto vinieron a su mente las imágenes de unos niños extraviados que había visto en la televisión, el pánico se apoderó de él, el frío que sentía no lo dejaba moverse mientras al fondo del pasillo se veía la anciana que se acercaba poco a poco a él. Hizo un esfuerzo enorme para tratar de moverse, pero sus pies simplemente no respondieron. Para cuando pudo sacar las manos de sus bolsillos la anciana ya estaba enfrente de él.
-Que tienes pequeño- le dijo la anciana
El no pudo contestar del miedo que sentía. La anciana le acercó un vaso de leche y unas galletas recién horneadas, acarició su cabello y se sentó a un lado de él. El niño miró a la anciana todavía nervioso tomó una de las galletas y se la comió. Tan pronto sintió el sabor de las galletas reconoció que estaba hambriento, tomo un poco de leche sin quitar su vista de la anciana.
-Perdón por tocar su timbre-
-No importa pequeño, hace mucho que nadie me visita, sólo te pido que si tocas mi puerta, al menos pases a saludarme-
A partir de entonces Mario visitaba seguido a la anciana, podaba su césped y sus arboles, regaba las plantas y le ayudaba a mover las macetas, ella le servía galletas con leche y le hablaba de su fascinación por los elefantes.